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Arte

Amando de Miguel analiza el retrato que le hizo José Carralero hace 18 años

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Como parte de las IX Jornadas de Autor organizadas por el Instituto de Estudios Bercianos y el Año de Carralero organizado por el Ayuntamiento de Cacabelos con la exposición retrospectiva sobre este pintor berciano, el sociólogo Amando de Miguel ha analizado el retrato que le hizo José Carralero hace 18 años.

Estas son sus reflexiones: Contemplo todos los días el retrato que me hizo Carralero hace 18 años; se dice pronto. Me maravilla cada vez más. “Ese soy yo”, me digo, por mucho que mi físico, como es natural, ha seguido su curso. “Ese eres tú”, me dicen los amigos que lo ven. La conclusión es que el pintor penetró en mi alma. Si fuera un poco más materialista diría en mi carácter o en mi personalidad.

El género pictórico del retrato admite tres posiciones del modelo, de mayor o menor dignidad o según se sitúe en el plano de la mirada del observador respecto al retratado: 1 ecuestre, 2 pedante, 3 sedente. A su vez, cada una de estas tres formas presenta dos variantes: (a) vestido para la ocasión, (b) con ropa de andar por casa o por la calle. En todas las posibles combinaciones se excluye la representación de la figura humana que no sea la de indentificarla con nombre y apellido. Caben algunas otras versiones y gradaciones, pero casi todos los retratos de la historia caben en la clasificación anterior.

Es claro que el retrato que me hizo Carralero en 1996 me representa en posición sedente y con un atuendo que decimos informal. Estoy sentado, además, como realmente lo hago en mi sofá favorito, un Chéster auténtico. Parezco sentarme un poco por debajo de la línea que traza la mirada del pintor y del observador. No se ha buscado una especial dignidad del retrato. La indica mi postura desmadejada, repanchingada incluso, en la que eternizó el pintor para mayor gloria suya. Es evidente que el modelo se siente orgulloso del maestro.

Me hallo confortablemente sentado frente a una chimenea que no se percibe en el cuadro, que hay que adivinarla. Casi siempre escribo en esa postura, sobre una tablilla; si es ante la lumbre, en invierno, mejor. Las mesas a mi alrededor sirven para amontonar libros, papeles y recado de escribir. Es algo que se adivina vagamente en el fondo cárdeno de la composición.

La impresión de confortabilidad se subraya por el atuendo holgado que llevo, camisa y pantalón de una talla mayor de la que me corresponde. Al ser yo más bien cuellicorto, voy mejor descorbatado. Es así como me gusta, quizá la rebelión retardada de aquel recuerdo adolescente, en el que hasta la clase de gimnasia la dábamos con corbata. ¿Cómo no identificarme con el intrépido Guillermo Brown, siempre luchando contra su cuello de celuloide?

Pero el alma está en la cara y en las manos, como trata de mostrar el cuadro. No hace falta mucha ciencia fisiognómica para llegar a esa conclusión. Tiendo a inclinar la cabeza, y eso que el pintor, en las largas sesiones no hacía más que enderezármela una y otra vez. Le bastaba un gesto convenido para que volviera yo a colocar la testa en su sitio. Esa propensión a dejar caer la cabeza la atribuyo a mi carácter dubitativo, inseguro. Tampoco hace falta llegar a demasiadas interioridades. La cabeza un poco gacha es la que cumple para leer o escribir, los dos menesteres más afines con mi vida de ocio o de negocio.

Creo recordar que el pintor detuvo el tiempo al mantener una posición en la que yo escuchaba a alguien. Naturalmente se trataba de la disertación de Carralero sobre el arte pictórica y, tras ella, todo lo humano y parte de lo divino. Certifico que el retratado aprendió mucho de aquellas sesiones.

Junto al rostro, las manos, que tan explicativas son en el cuadro. No es por casualidad. También aquí el pintor sagaz supo entender que en una parte oculta de mi personalidad termina en la yema de los dedos como si fuesen antenas. La mano izquierda se adelante ingrávida al primer plano, mientras que la derecha trata de asir, defensivamente, el brazo del Chéster. Así caí en el sofá, y el pintor no me permitió adoptar otra postura más preparada. En efecto, de esa forma me dejo caer muchas en el asiento. Reconozco que para el observador puede parecer una actitud de desplante, como si quisiera decir “aquí estoy yo”. Mi interpretación es que esa postura se deriva de trabajar sobre un sillón más que sobre una silla. A veces me siento un tanto avergonzado cuando en una casa ajena caigo de esa misma forma desmayada en la butaca que me ofrecen.

A través del cuadro se trasluce ese diminuto mundo en el que me considero tan recogido. Se percibe un fondo de libros y carpetas. Así en casi todas las habitaciones de la casa. El material impreso es parte sustancial de mi vida. Me angustia dormir en cualquier lugar donde no halle un abarrote de libros. Ahora entiendo por qué, cuando tuve que pasar por la cárcel, logré colocarme de bibliotecario. Fue el momento de más radical soledad de mi vida. Los libros y papeles constituyeron entonces mi principal protección. En este caso el pintor los vió con una luz morada, como si fuera el fondo de sus paisajes.

Algo tendría que decir sobre el aurea de soledad que se adivina en el retrato. En efecto, se pinta en un momento en el que volvía a estar afectivamente solo. Tampoco era nada nuevo. La soledad ha sido siempre mi vieja compañera de fatigas. Nadie tiene la culpa de mi dificultad para comunicar mis sentimientos. La soledad ha sido como mi sombra, tan personal la considero. Es más, haciendo virtud de la necesidad, he llegado a imaginar que esa condición puede ser también algo benéfico. Hay también una soledad buscada y difícil de conseguir, que podríamos llamar solicitud. Ese podría ser el título del cuadro: “Solitud”. O también, más descriptivo, “Retrato de un escritor solitario que escucha”.

Sobre Amando de Miguel

Sociólogo zamorano, Amando de Miguel realizó estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (Nueva York). Fue profesor visitante en las universidades de Yale y Florida (Estados Unidos) y en el Colegio de México. También es diplomado por la Escuela de Organización Industrial de Madrid y Catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

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La sala de exposiciones del Campus de Ponferrada presenta una nueva propuesta artística temporal creada por el grupo ‘Nosotras’, formado por nueve creadoras plásticas que colaboran con la Universidad de León (ULE) desde hace 15 años.

La inauguración de la muestra ha contado con la presencia de siete de las nueve participantes y con el vicerrector del Área de Cultura de la ULE, Isidoro Martínez. Las obras han sido presentadas por la artista de este colectivo, Transito Esteban.

En esta ocasión, y bajo el título ‘Apariencias IA’, estas artistas reflexionan sobre las posibilidades que ofrece la inteligencia artificial (IA), junto con sus incongruencias y contradicciones a través de una caja de luz con un retrato rejuvenecido digitalmente.

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La muestra presenta una gran variedad de técnicas perfectamente dominadas por este colectivo de mujeres licenciadas en Bellas Artes y vinculadas a la docencia, que en 2007 iniciaron su actividad como grupo artístico. Se puede visitar hasta el 14 de junio.

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